El semillero de la Luz VI – La oficina de las almas perdidas
José Antonio Iniesta
En todas las ciudades del mundo debería crearse una oficina de las almas perdidas. En algunos lugares encontramos las de objetos perdidos, para que aquellos que han extraviado alguna pertenencia puedan recuperarla, de tan atados que estamos a eso que reconocemos como la materia, sea una pulsera, un maletín o una sombrilla playera. Sin embargo, hacen falta oficinas donde recuperar las almas perdidas, las que un día fueron abandonadas en la barra de una cafetería, en el mostrador de una casa de empeño, en un juzgado, en una cárcel o en un lujoso despacho donde no hay el más mínimo rastro de lo sagrado.
Algunas personas están tan atareadas, les pesa tanto el reloj con el que cuentan las horas, se entretienen tanto viendo las cuadrículas hipnotizantes de los calendarios, que no se dan cuenta de que se han dejado el alma en un ascensor, en el metro, en un tren de cercanías o en el salón de plenos de un ayuntamiento.
El cuerpo sigue con la rutina del vaivén de la vida, y la mente está absorta en un laberinto de pensamientos, con el ruido infernal de las prisas. No se dan cuenta de que el alma se quedó abandonada como un viejo galeón a la deriva.
De tanto como llora el alma, a veces es incapaz de ver por dónde camina, y se pierde al otro lado de cualquier esquina, sin saber cómo regresar a casa. Porque su hogar no está en el humo de los bares, ni en la oscuridad de un cine. No tiene hueco alguno en los campos de fútbol ni en una interminable avenida. El alma viene de un cielo de luz inextinguible, y demasiado hizo con venir aquí para vivir temporalmente en el cuerpo de un ser humano, en un mundo inmensamente grande que es, sin embargo, una mota de polvo en la infinitud del cosmos.
El alma siempre es peregrina, pues se le concedió el don de la inmortalidad y la capacidad de atravesar los puentes arco iris de las distintas dimensiones, pero tiene voluntad de servicio y añora anidar en cuerpos humanos que viven existencias de auténtico desafío. Nadie le puede negar la condición de aventurera, en la auténtica heroicidad de quien afronta el peligro con el espíritu grandioso de los exploradores.
Y sin embargo, a fuerza de olvidarnos de la condición real y originaria de cada ser humano, a veces el desatino, la inconsciencia, la vanidad, el desenfreno, el puro disparate, la falta de sensibilidad, nos empujan al callejón de la amargura. Entonces nos perdemos en el laberinto más triste que existe, el del olvido de uno mismo, y errantes en el infierno que hemos creado nos dejamos olvidada el alma en cualquier rincón de una trastienda, al lado de una alcantarilla o en el pozo ciego de nuestras propias miserias.
Hace falta una oficina de almas perdidas, para recuperar de una vez por todas, cada uno de nosotros, la blancura del plumaje de la paloma, del algodón en rama, del copo de nieve, que tiñe de luz hermosa nuestra conciencia…
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.