El semillero de la Luz IV – La procesión que llevamos dentro
José Antonio Iniesta
Cuando el pulso se agita y se nos estremece el alma, cuando los castillos de arena construidos en toda una noche se vienen abajo o los sueños son tragados por las ciénagas de nuestras pesadillas, creemos que el mundo se nos echa encima. Apenas nos queda tiempo entonces más que para enviar el mensaje de socorro de un navío a la deriva. O por el contrario, nos dejamos engullir por el silencio en el que mascamos, una a una, nuestras penas. Nos convertimos de cualquier forma en la víctima propiciatoria de un mundo particular que agoniza, que se nos remuele como si fuera la torre desmigajada por la bala de cañón de una embarcación pirata.
Lo que antes fueron luces se convierten en sombras, los proyectos rebosantes de esperanza se transforman en ríos de angustia que no llegan a mar alguno, porque inundan hasta la última célula de un organismo que sufre para sí mismo.
En muy pocas ocasiones nos desprendemos del dolor a fuerza de la pura entrega, de la resignación en la armonía, no de la sumisión de brazos cruzados. No nos queda un hilo de claridad en la mente que nos permita comprender que no somos nosotros los únicos que naufragamos bajo la tormenta, sea real o tan sólo una burda quimera. Porque en ocasiones parece que nuestro ser quisiera enfrentarse a monstruos ilusorios, con la misma necedad que Don Quijote se enfrenta a molinos de viento creyendo que son gigantes.
Valdría la pena en esos momentos comprender que a nuestros lamentos se unen los de muchas otras personas, perdidas y solas en sus islas desiertas, de igual forma viajeros del absurdo en laberintos que fueron creados con la difusa materia del espejismo.
Hay soledad por todas partes, y vidas destrozadas, y calles que se derrumban en las ciudades imaginarias de nuestros más palpables delirios. No somos únicos en nada, ni siquiera en la capacidad de sufrir por causas reales o inventadas. El que más y el que menos tiene su galería de bestias y engendros, en esa procesión silenciosa que llevamos dentro.
Quizás sea el dolor, el temor o la decepción, un germen necesario para aprender a olvidarnos de nosotros mismos y sentir, desde la humildad, la necesidad de ayudar a aquellos que también forman parte del coro de las lamentaciones.
En muchas ocasiones descubriremos que en su océano de locura y sufrimiento, a nosotros sólo nos había tocado una simple gota. También, que ayudando al otro encontraremos la forma de ayudarnos a nosotros mismos. Y al fin y al cabo, saltando del torreón encantado, rompiendo la jaula del pájaro prisionero, escalando los muros de la cárcel oscura, para ayudar a los que tanto nos necesitan, habremos conseguido nuestra propia libertad, la que un día consideramos que habíamos perdido.
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.