El semillero de la Luz III – El mundanal ruido
José Antonio Iniesta
Incluso los más avezados aventureros del espíritu se pierden en ocasiones, adormecidos y cansados por los irritantes sonidos del mundanal ruido.
El mundanal ruido no es una metáfora de los sentidos, es la expresión de una tercera dimensión que estrangula la vibración espiritual, la apalea con suma violencia, la arrastra por los cabellos en los sucios charcos de las calles del olvido y del despropósito. Pero también es el vivo reflejo de la estridencia de las palabras, de los ilusorios cantos de sirena, del tráfico de veinticuatro horas de las almas en pena que enmascaradas en un cuerpo de carne y hueso deambulan sin compromiso alguno por las vacías calles de una sociedad del delirio y del patetismo.
Los místicos supieron encontrar la senda de la gloria, siempre lejos del mundanal ruido, las avenidas poco transitadas de la luz que se asoma entre las ramas de los árboles. Por eso sabían que la lengua de los pájaros les conectaba con otras dimensiones, y que los propios pájaros de plumas y melodías sonoras les llevaban al Séptimo Cielo.
Los que habitamos las calles florecidas de hormigón, pintadas de desvanecidos grises, adornadas con anuncios multicolores que invitan avasalladoramente al consumo, lo tenemos más difícil. Por eso hay que evadirse a cada momento, tanto como uno pueda, para no caer en esa trampa de los ruidos que nos aturden en cada esquina, pero también aquellos, más peligrosos, que bullen en el interior de nuestra mente y de nuestra conciencia.
Cualquiera que se atreva a hacer meditación en serio descubrirá hasta qué punto está llena nuestra mente de ruidos, de gritos escandalosos, de obsesiones, de pesadas imágenes que se empeñan, una y otra vez, en cortarnos el paso hacia la búsqueda del vacío, del silencio, de la armonía, de la paz interior, que es al fin y al cabo lo que uno busca cuando quiere alcanzar ese centro imperecedero en el que somos uno con Dios, con la totalidad de todo lo que ha sido creado.
Así que a veces, o mejor siempre, hay que hacer oídos sordos a tanto ruido como hay dentro y fuera de uno mismo, y recordar que en el canto de los ángeles, en la música clásica, en el holograma sagrado de las octavas, en el susurro y las voces multiplicadas del silencio, está la bendita gloria que realmente es capaz de hacernos felices.
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.