El semillero de la Luz II – Por si acaso nos dormimos en los laureles
José Antonio Iniesta
Me da a mí que la sección de cartas recibidas en el cielo se está llenando en estos días de reclamaciones de los trabajadores de la luz de todo el planeta, y con toda justicia, porque entre otras cosas se nos concedió el libre albedrío y tenemos el supremo derecho de dar la vida por los demás, experimentar una existencia de sacrificio y penitencia, recorrer por cuenta y riesgo de nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestro espíritu, las más diversas dimensiones, algún que otro agujero de gusano y ese espacio-tiempo que a muchos les suena a relato de ciencia-ficción, pero que existe en los más remotos confines del universo, en los prados donde comen hierba las vacas y en el último resquicio de cada una de nuestras neuronas.
Pero con la misma libertad del ser de luz que somos, que luego ya nos rendiremos cuentas a nosotros mismos, los jueces más severos que existen, tenemos el derecho de hablar con los árboles, tumbarnos desnudos, abrazados por un bosque, y rebelarnos en ocasiones ante tanta prueba dura a la que el destino, las leyes cósmicas y el Cosmos, nos someten. Y no pasa nada, que Dios nos aguanta por esto y por mucho más, que no somos de piedra, sino de carne y hueso, y además, que queda más fino, entre otros muchos elementos, de carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno.
Para eso está creada la naturaleza del hijo, para hablar con el padre, y a veces, cuando la cosa se pone seria, elevar las súplicas al cielo, con mensajería urgente de oración en toda regla, igual que llegan los agradecimientos de rigor si no se nos va el santo al cielo, que entonces a lo mejor llegamos nosotros antes que el paquete express con las lisonjas. Y de igual forma, aunque seamos confusamente engañados por la naturaleza humana, que el ser divino con consciencia de sí mismo no se queja de nada, hay que pedir el libro de reclamaciones para ver si es que alguna de las partes no ha cumplido su parte del contrato.
Pero bueno, que todo esto es para aliviarse un poco, y sacar de dentro ese aire enrarecido que nos ahoga, desocupar el alma con tantos suspiros que se quedaron olvidados, remover el corazón que parece que se nos había vuelto, de tanto dolor y quebranto, como el cemento armado, porque al fin y al cabo, todo responde al plan que nos hemos trazado, y más tarde o más temprano descubriremos que nosotros mismo somos los creadores del juego en el que como peregrinos sin descanso sobrevivimos.
Pero por una vez en la vida, aunque sólo sea una, que me traigan el libro de reclamaciones. Vale la pena con tal de volver a ver el rostro de Dios que se manifiesta de múltiples formas, para que así me explique de nuevo, como tantas otras veces, que lo que nos pasa a tanta gente no es culpa del plan divino, sino que, sin darnos cuenta, nos fuimos durmiendo en los laureles.
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.