La fortaleza de los sikuani, en Vichada, está en mantener su lengua
Esta comunidad, mayoría en el departamento, intenta sobrevivir a fenómenos sociales como el narcotráfico.
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Pablo Aristo aspira fuerte el polvo de yopo que guarda celosamente en la palma de su mano y procede a hacerle una sesión de rezos y curaciones a Hernando Sánchez, uno de los cuatro alcaldes indígenas sikuani suspendidos en Cumaribo (Vichada).
Este municipio, con más de 65 mil kilómetros cuadrados, es el más grande del país. Aristo está convencido de que desde la destitución del ex alcalde Sánchez, en medio de un escándalo por contrataciones, este ha decaído y luce enfermo por las malas energías «que le han mandado personas egoístas».
«El yopo es una medicina especial para despejar la mente sikuani. Es como cuando el sacerdote consagra la hostia en la misa. El yopo revela el espejo del poder», dice Aristo, considerado uno de los más importantes ‘penajorobinë’ (médicos tradicionales) de la comunidad sikuani, y uno de los últimos que practica las curaciones por medio de rezos y soplos.
Para llegar a consagrarse como médico tradicional, debió guardar una abstinencia sexual de por lo menos tres años, con una dieta mínima de alimentación y en contacto permanente con ‘kuwai matsuludani’, el dios creador que da la fuerza para mantenerse en esta penitencia. Cuan más larga sea, mayor la sabiduría que adquirirá.
Pero esta expiación no están dispuestos a cumplirla los más jóvenes sikuani, muchos de los cuales se han dejado absorber por la variedad de costumbres que han traído los colonos de diversas partes del país, quienes llegaron a este apartado lugar con la idea de forjar un futuro legal -unos-, y otros para aprovechar la bonanza de la coca.
Pese a que desde 1960 los indígenas empezaron a llegar a las sabanas del Vichada, lo cierto es que venían cediendo territorio ancestral, pues antes la llanura sikuani correspondía a Arauca, Casanare y Meta.
La colonización de los Llanos Orientales fue la primera de sus maldiciones, que los arrinconó. La segunda fue el narcotráfico, que empezó a robarles la cultura.
«La coca llegó en 1979 y fue mala para todos. Muchos jóvenes sikuani preferían irse a las chagras, convertirse en raspachines y abandonar su conuco (cultivo indígena), porque sabían que les iban a pagar muy bien. Así fueron adquiriendo las costumbres de los blancos y se les olvidó sembrar su comida, pero también contar sus mitos y leyendas», afirma Daniel Gustavo Rincón, rector del Colegio Santa Teresita de Tuparro, y quien desde hace 32 años vive en Cumaribo.
Y lo reafirma Víctor Caribán Chipiaje, profesor del resguardo Aiwa cuna, uno de los que a fuerza de ensayar casi todos los días, mantiene la tradición de las danzas indígenas entre jóvenes y ancianos de su comunidad: «La coca acabó con el respeto al prójimo. Por ejemplo, para saludar, nosotros no apretábamos la mano entre hombres ni les dábamos besos a las madres porque lo considerábamos un irrespeto. Pero al estar con el blanco, adquirimos esas costumbres que son antivalores para el sikuani».
Pero solo ahora que el negocio de la coca decae, es que el abandono del conuco empezó a tener consecuencias.
Hay desabastecimiento en los principales cultivos de pancoger y en varias familias ha representado hambre: «Aunque algunos salen a mariscar (cazar animales), las huertas fueron abandonadas en algunas partes, por lo que los diferentes programas de apoyo alimentario llenan todos los cupos. Tenemos 250 para niños con bajo peso. A veces las imágenes de desnutrición en Somalia son similares a las de Cumaribo», dice Ana Lucía Martínez, funcionaria local del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, que llega con programas de alimentación escolar a los rincones de este municipio.
«Aquí se necesita urgentemente defender los bosques de galería y retomar el conocimiento indígena de los cultivos. Hay un riesgo latente y es que con la expectativa por la llegada de plantaciones para biocombustibles o de yacimientos petrolíferos, los sikuani se sigan alejando de la diversidad agrícola», sostiene Federico Álvarez, coordinador de la Red de Seguridad Alimentaria (Resa), que junto a la Fundación Omacha llevan semillas a comunidades alejadas del casco urbano de Cumaribo para que vuelvan al conuco.
Intertítulo Aprender la ‘malicia indígena’ Aristo, mientras impone con sus manos la energía que el ex alcalde necesita, con cantos y soplos que parecen el rugir de un motor, espanta a los ainavi, malos espíritus que rodean a la gente y que viven en el fondo de la tierra, los ríos, caños y árboles.
Por esta razón es que antes de tomar agua o comer pescado, Aristo y los demás ‘penajorobinë’ deben rezarlos para poderlos consumir y evitar que los ainavi se apoderen del cuerpo.
Sin embargo, para personas como el profesor Víctor Caribán Chipiaje, quien está a punto de terminar su carrera de Etnoeducación en la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (Unad), hay un reto más fuerte que debe enfrentar la comunidad indígena: aprender a gobernar.
«Todos los alcaldes elegidos popularmente han sido indígenas, pero cuatro de ellos han sido destituidos, no por maldad, sino porque piensan que los recursos del Estado se comparten lo mismo que se hace con los animales que cazan en las comunidades», dice Caribán.
El agrónomo Federico Álvarez, quien lleva varios años trabajando con distintas comunidades indígenas, dice que el sikuani tiene una fortaleza organizacional pero basada en la defensa de sus derechos y no para administrar recursos del Estado.
Por ejemplo, ya es una leyenda la historia de cómo hace 10 años por lo menos 200 sikuani armados con flechas y lanzas rodearon a un grupo de guerrilleros que los acusaba de haberse robado un cargamento de coca.
Hernando Sánchez, el ex alcalde que busca con rezos y oraciones recuperarse de la depresión por su suspensión, sostiene que hay un poder blanco envidioso del indígena, que presiona con corrupción a la Alcaldía y hace cometer errores a las administraciones sikuani.
«Hay cosas como los procesos de contratación que no manejamos. Por eso los indígenas pecamos por omisión y acción. Los que no estamos sometidos a las presiones de los entes de control, terminamos relegados de nuestros cargos porque no hay buena asesoría», admite Sánchez.
Hoy, mientras Aristo, Caribán y otro grupo de sikuani castizos intentan preservar las costumbres en sus comunidades, internados como el colegio Santa Teresita de Tuparro da educación a 320 alumnos, reforzando la importancia de las tradiciones.
«En noviembre realizaremos el Festival del Cumare, un encuentro cultural en el que invitaremos a antropólogos y a representantes de las otras ocho etnias que viven en Cumaribo», dice Aldemar Gómez, actual alcalde indígena, quien sostiene que se siente gobernando un país, por la gran extensión del municipio.
Así, mientras los ‘penajorobinë’ luchan contra los ainavi, los demás sikuani buscan prepararse y sostenerse en medio de una globalización que también, dicen, llegará a estas solitarias tierras del Llano.
‘Kaliawirinae’, el árbol de la vida
Es tan importante la agricultura para los sikuani que ellos creen que proviene de un árbol sagrado. Cuentan los más antiguos que luego de una gran tempestad que arrasó con toda la comida en el mundo, solo un árbol sobrevivió plantado más allá del río Orinoco.
En aquella época un grupo de hombres sobrevivientes que podían convertirse en animales, buscaba afanosamente el alimento. En las noches, uno de ellos, el mono, salía de la comunidad y regresaba al amanecer lleno y sin hambre.
Una noche, la lapa (una especie de chigüiro pequeño) lo siguió y descubrió que el mono tomaba los alimentos del ‘kaliawirinae’, un gran árbol que tenía todos los alimentos que hoy plantan los sikuani: caña, yuca, batata, plátano, etc.
Por primera vez los sikuani conformaron la ‘unuma’ (un equipo de trabajo) que tenía como misión derribar el árbol. Sin embargo era tan fuerte su tronco que pidieron ayuda a Palemeco, un hombre que vivía en las selvas de Venezuela con hachas de hierro.
Pero en las noches el árbol regeneraba y volvía a crecer, por lo que solicitaron a los bachacos (hormigas) que se llevaran lejos las astillas.
Los bachacos las pusieron en el río Orinoco, formando así los raudales de Maipures y Apures, que hoy impiden la navegación continua por este afluente. Finalmente, cuando lo tumbaron, cada uno cogió las semillas que necesitaban y las dispersó por las sabanas.
‘Bakatsolowa’, de niña a mujer
Uno de los ritos sikuani más importantes que se ha perdido es el ‘bakatsolowa’, mediante el cual se les celebra la pubertad a las mujeres.
Al tener la primera menstruación, la niña es encerrada en un tulima bo (rancho de palma) y solo puede ser visitada por la madre y las ancianas de la comunidad.
Allí, durante cinco meses, ella debe aprender a hacer mañoco, casabe y tejer. Las ancianas le enseñan a ser mujer, esposa y madre.
Detalles de la vida sikuani
– El alfabeto sikuani tiene 6 vocales y 17 consonantes. *Los sikuani están divididos en clanes que se caracterizan por su similitud corporal con animales: newete (tigres); jüra (loros); papaloü (micos); namo (zorros), metsaja (dantas), etc.
– En Cumaribo hay unos 38 mil habitantes, de los cuales 90 por ciento son indígenas.
JHON ALFONSO MORENO C.
Enviado especial Cumaribo (Vichada)
Décima entrega de la serie de EL TIEMPO y el Ministerio de Cultura Sumario
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.