Que se llenen las calles… José Antonio Iniesta
Como paloma que volara entre los cauces de las tejas me alcanza un redoble que nace en los corrales, donde las flores nacen y las piedras mueren. Un abrazo de paredes que se retuercen bajo el salto de los gatos en la noche.
Cómo se siente, como si tuviera alas y se clavara en el alma.
Mi tierra es ese redoble temprano que lacera los cristales de las buhardillas, las cañas resecas de las cámaras donde cuelgan las pasas, la oscuridad de los sótanos y las soleadas terrazas. Es un fragor que crece y se levanta, que salta y se enlaza con otros tantos de tantas calles.
El vibrar que presiente la forma de los tambores en la noche.
Abandonarás como siempre tu refugio de soledades porque te anhela el vientre de un tamborilero, con tu maltratado parche y tu brillante tornillaje. Se morirán de gozo tus bordones ante el galope altivo de unos palillos que te estremecen, tambor de tierra que te siente.
Todo como un redoblar, el alma siente tu enternecido redoble.
¿Y en este suspirar de alas al viento
no dormirá la entrega del suceso
entre tantos sueños?
¿No sentirá el alma estremecida
la forma que le abriga
en un redondo pellejo que palpita?
Temblarán, sí, hasta las hojas que renacen de los brotes intentando adivinar una respuesta, y en la percepción se sentirá hasta los murmullos de las habas.
Y el tamborilero, túnica negra al viento,
rojo pañuelo anudado,
como una estaca clavada en el Calvario,
sentirá la fragancia de los claveles de los pasos.
No me quedará tiempo en el reloj de arena de las sombras más que para calarme de tanta melena revuelta de un Cristo encarnecido y de tanta lágrima de Virgen con penas. No me alentará el iris más color que el del cielo azul que se despeja con el corte de las cruces erguidas, más morado que el de los capuces arrebujados, más púrpura que el de tanta grandeza:
La grandeza de un dorado de báculos que mordisquean adoquines.
La de un verde sedoso, un blanco y un oro viejo de las capas.
La de un sincolores que todo lo cubre y lo matiza, resplandores…
Todos los sentidos están en danza para sentir, pero con calma, algo como esos astros que parece que orbitan en la música cuando suenan las cornetas, casi tristes, y truenan los tambores, más que tristes, por estrechos callejones que coronan arcos imaginarios como almenas, donde quizás contemple alguien como los ángeles.
Como un rastro de tristeza que no conociera velo para ocultarse, una procesión imprime entre las tejas, en la fachada desconchada, en el balcón umbroso, tanta congoja que acartona los ojos llorosos en una mirada.
Y las sombras en los balcones
son otras sombras,
que sienten y reclaman el siempre.
Abajo el desfiladero se abre
en todas las gargantas
y se estrangula a veces
en una esquina donde alguien duerme.
De tanto sentir, hasta se podría sentir
el contacto del alba.
Reclamo de nuevo estos momentos que surgirán porque el destino es sumiso y siempre entrega nuestra Semana Santa a todos sus hellineros.
Que se inunden las calles de luz y flores; que se llenen las calles de sus tambores.
Fuente: Textos recopilados de las páginas web Luz de Ilunum y Sieteluces, además de los canales de youtube Luz de ilunum y Editorial Sieteluces, textos propios y/o recopilados por el escritor e investigador José Antonio Iniesta Villanueva.